Mi experiencia con la lactancia materna y la vuelta al trabajo remunerado
Inauguramos, por fin, nuestra sección de experiencias personales. Historias de mujeres normales, como tú y como yo, que han vivido ciertas experiencias en torno a la maternidad y la profesión que nos representan a muchas. Ya sea como escritura terapéutica o para que otras mujeres se sientan menos solas, te invitamos a que, como Tania, nos compartas todo aquello que te apetezca. El tema que inaugura esta sección, es cómo compaginar la lactancia materna y la vuelta al trabajo remunerado en España.
Tengo que comenzar la historia contando que mi primer parto y lactancia no ha tenido nada que ver con el segundo. Tuve a mi primera hija en Singapur, muy lejos de todo y de todos, pero en aquel momento era mi casa y, a pesar del miedo a la incertidumbre y de que finalmente fuese una cesárea porque el parto no progresaba, me sentí muy bien, atendida con cariño y no puedo ponerle una pega al equipo médico, ni a las enfermeras ni a nadie que me cuidó durante mi estancia en el hospital. El segundo fue en España y en pleno COVID, un parto horrible, con malos modos, usando mascarilla en el pujo, con gente entrando y saliendo, discutiendo... en fin, un cuadro... pero esta es historia para otro momento.
Ahora vengo a hablar de mis lactancias prolongadas, y digo prolongadas porque he dado el pecho tres años largos a mi hija y tres años largos a mi hijo, teniendo trabajos “comunes” y han sido lactancias exclusivas, ninguno de los dos ha tomado nunca leche en polvo.
Cuando me quedé embarazada de mi primer bebé me dió por leer, mucho, muchísimo, estaba hiperinformada, al punto que mucha gente a mi alrededor pensaba que me había pasado un poco, pero yo seguía y seguía y tenía cien por cien claro que iba a darle el pecho a mi hija. Durante el embarazo me perseguían los comentarios tipo “igual no puedes” “no seas tan radical” etc... pero yo sabía que iba a hacerlo y no tuve un plan B. No compré ni un biberón.
Cabe recordar que, como yo había leído mucho, cuando me dijeron que tenían que bajarme a una cesárea de urgencia pensé: aquí se acaban mis aspiraciones de lactancia exclusiva. Pero no. En Singapur mi cesárea fue acompañada y pude hacer el piel con piel con mi hija. Cuando subimos a la habitación vino una asesora de lactancia, que me visitó los tres días que estuve allí y me fue indicando en esos primeros momentos. El propio hospital tenía una oficina de lactancia a la que se podía acudir siempre que quisiera, después de ser dada de alta, por si había dudas o algo fallaba.
Sabía que tenía por delante 16 semanas de baja maternal y que luego tenía que reincorporarme a mi oficina así que tracé un plan desde el minuto uno: el banco de leche comenzaba ya. Había invertido en un buen sacaleches, en bolsas de congelación y leí todo lo que podía sobre la vuelta al trabajo y la lactancia. Empecé a sacarme leche entre tomas para que, una vez llegado el momento, pudiera mantener el ritmo. Y así empecé a congelar dos meses antes de la vuelta al trabajo.
La lactancia materna exclusiva es agotadora pero yo fui muy feliz aquellos cuatro meses en los que estábamos mi hija y yo, de paseo todo el día, y donde no tenía nada más que llevar que sus pañales y su ropita porque sabía que fuera donde fuera podría darle de comer, de beber, o consolarla.
Pero llegó el día de la vuelta al trabajo y reconozco que a pesar de saberlo con tiempo, de tener todo el banco de leche preparado, de dejarla en muy buenas manos porque los abuelos vinieron a conocerla aprovechando mi vuelta y que así se quedara con los que más la querían, lloré mucho, muchísimo, porque era tan pequeña y dependía tanto de mí que dolía físicamente el tener que separarnos. Pero volví. Y volví a trazar un plan de acción, solo tenía que organizarme durante dos meses, después comenzaría la AC y podríamos seguir con la teta a demanda pero con menos presión, cuando yo no estuviera tomaría comida.
Y este fue el plan: le daba el pecho antes de irme, a media mañana mis suegros le daban un biberón con mi leche (mientras yo me sacaba leche en el baño de mi oficina y la metía en la nevera que cargaba todos los días) a mediodía me la acercaban al edificio donde trabajaba, que tenía una zona exclusivamente para dar el pecho, cambiar pañales, etc. y pasaba con ella mi hora de comer. Luego se la llevaban y yo volvía a mi puesto durante dos horas más, en las que no necesitó nunca un biberón porque aguantaba hasta que yo volvía. En mi afán por evitar al máximo el biberón mi plan consistía en que, cuadrando horas, solo tuviera que tomar uno durante mi ausencia.
Recuerdo esta época con sensación de agobio porque no podía dilatar ni un segundo el bajar a buscarla, porque me la traían hasta el trabajo para darle de comer y bajaba los 45 pisos (sí, era un rascacielos de 65) corriendo, sacrificaba mi hora de comer y además entre medias había hecho un parón de unos 20 minutos para extraerme leche a media mañana. Cuando daban las cinco, fichaba y salía otra vez corriendo hacia el metro para ir a casa o a donde estuvieran de paseo para volver a estar con ella y ya entonces sí “relajarme”, entre comillas porque yo trabajaba ocho horas, mi hija no dormía más de hora y media durante la noche, solo pedía teta, y el día lo pasaba entre el ordenador, el baño con el sacaleches, subir y bajar y salir corriendo. Perdí 14 kilos.
A pesar de todo el estrés de esos meses funcionó y llegamos a los seis meses y al comienzo de la alimentación complementaria. Y el resto es historia, mi hija empezó a comer, mal, pero empezó, su alimento principal seguía siendo el pecho pero ya no había que traerla a mediodía y el banco de leche fue en disminución. Mantuvimos la lactancia hasta sus casi cuatro años cuando un día se apartó del pecho y dijo con mala cara que no quería más. Yo estaba embarazada de su hermano pero aún no lo sabía…
Y llegó bebé dos, y tenía claro que iba a volver a darle lo que yo consideraba lo mejor para él que era la leche materna y menos mal que tenía la experiencia previa de su hermana porque si hubiera tenido que depender del hospital hubiera sido probablemente un fracaso (recordemos: COVID, mascarillas, estudiantes a cargo… todo mal)
El cambio de Singapur a España supuso un cambio en el horario de trabajo y por tanto un cambio en el plan para mantener la lactancia. La idea había sido más o menos la misma: creación de banco de leche, y cálculo de tomas durante mis ausencias. Volví a cargar con la nevera y el sacaleches pero esta vez en horario partido algunos de los días. Mi bebé tomaba pecho por la mañana, le daban un biberón a media mañana (mientras yo me sacaba leche en el trabajo), iba corriendo a darle el pecho a la hora de comer, le daban otro biberón por la tarde (mientras yo me sacaba leche en el trabajo) y después pasaba la noche encima de mí, literalmente.
¿Tomó más biberones que su hermana? Si, pero esto no hizo que los prefiriera por encima del pecho. Yo tenía claro que había optado por la lactancia materna exclusiva y que cuando no estuviera trabajando estaría con él por si me necesitaba y así lo hice. Y cuando llegó la alimentación complementaria en su caso fue un paso muy sencillo, porque tenía mucho interés por la comida, todo le gustaba y quería comer así que cuando yo no estaba pues él comía otras cosas y hasta hoy. Él también dejó de tomar pecho cuando quiso, un día no pidió más y ahí se acabó.
Lo que peor he gestionado de ambas es el agobio por las extracciones concretas durante mis horas laborables, porque recuerdo correr al baño y marcarme tiempos de 10 minutos para no dejar mi puesto vacío durante mucho tiempo o dejar tiradas a mis compañeras en plena tarde de trabajo. Aún así fui una afortunada porque siempre lograba en esos diez minutos sacar el equivalente a una toma.
El sistema nos falla a las madres trabajadoras, haciéndonos volver a los escasos cuatro meses postparto y provocando que el mantener la lactancia sea un trabajo más, sacarte leche para que otras personas se la den a tu hijo.
Tania
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